domingo, 2 de diciembre de 2007

LOS CUARENTA RUGIENTES


Los amantes de la navegacion ya saben a que me refiero con el titulo de este capitulo. Para los que no lo sepan, "los cuarenta rugientes" son los vientos que soplan a menudo por esa latitud, los cuarenta grados sur, y que son tan temidos por los navegantes que dan la vuelta al mundo en velero. Soplan en direccion oeste-este, sobra decir que son muy frios, y al encontrar pocos obstaculos, tan solo el inmenso oceano, crecen en intensidad.

En el caso de Nueva Zelanda, chocan contra la costa oeste del sur del pais, y al subir por las laderas de los fiordos y de los Alpes del Sur, bajan despues todavia mas acelerados por las llanuras de las regiones de Otago y Canterbury.

Pues bien, a mi cogieron de pleno cuando me encontraba a unos cuarenta y cinco grados sur, saliendo de The Catlins para dirigirme a Fiordland. Amanecio un dia algo gris, pero bonito, tan solo una ligera lluvia tipica de esa zona. Pero a eso del mediodia note que empezaba a subir el viento, y sobre todo, que venia muy frio, helador. De repente, me paro un control policial. Ya estaba quejandome de mi mala suerte y pensando que infraccion habria cometido, porque iba sin pasar de cien kilometros-hora (el limite de velocidad en NZ), no tengo ninguna prisa. Hasta se me paso por la cabeza el tener que pagar mordida al tipico policia corrupto, pero me extranaba que existiera eso en un pais tan desarrollado.

El control resulto ser simplemente informativo. Un policia vino hacia mi y sin pedirme ninguna documentacion, me pregunto a donde iba y me sugirio que parara en Invercargill, a unos ochenta kilometros, donde podria alojarme en un camping. Me dijo que ni se me ocurriera quedarme en espacios abiertos porque venian las "westerlies gusts" (las rachas del oeste), como aqui las llaman. Tambien observo que iba oyendo mi musica con el ipod conectado al cassete de la furgo, y me dijo que mejor lo quitara y pusiera una emisora de radio donde constantemente darian noticias de la situacion de aquel vendaval.

La cosa parecia que iba en serio y decidi hacerle caso en todo. Durante esos ochenta kilometros hasta Invercargill el viento subia minuto a minuto, y cada rato entraban unas rachas fortisimas que tambaleaban la furgo de lado a lado, se me hizo durisimo, habia que agarrar el volante como si fuera la cana de un barco, y cuando llegue al camping me dolia hasta el cuello de la tension acumulada.

Hacia las ocho de la tarde bajo el viento radicalmente hasta parar por completo, pero aquella ciudad parecia Siberia; fea, gris y aburrida, y la temperatura habia bajado a unos cuatro grados. Por suerte habia muy buenos restaurantes, no me apetecia nada quedarme a cenar en la furgo en esas condiciones, y pude probar la carne de venado con pure de patata kumara (una papa dulce del pais) y mermelada de grosella, todo acompanado de un par de copitas de "pinot noir". Una cena exquisita para acabar una jornada complicada. Al dia siguiente lei en el periodico que el viento provoco bastantes destrozos.